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Mostrando las entradas de febrero, 2019

El Chicho

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Cuando era chico escribía... Me sentaba en la computadora, abría el Word perfect y exprimía al máximo todo el poder de su furioso procesador 80286, que debería tener entre 6 y 25 mgz de velocidad. El monitor era monocromático, el disco rígido de 20 MB y su memoria RAM de solamente 1MB. Esto no alcanzaba para instalar el Windows 3.1 que era el sistema operativo del momento, siempre un paso atrás. Allí, en la habitación de mis padres, donde se encontraba esa maravillosa máquina, escribía textos sobre las cosas que sentía, mis vivencias cotidianas, las de mis amigos o vecinos. Me fascinaba y se ve que un día deje de hacerlo. Pero acá estoy, haciendo lo mismo que me gustaba hacer hace mas de 20 años atrás. También me gustaba ir a pescar, aunque a la vez, también me generaba un poco de rechazo. Creo que hoy puedo definir ese sentimiento como morbo, el morbo de capturar a un animal libre y verlo agonizar hasta morir. Si, no encuentro otra palabra que lo defina. Era

¿Qué pasó con Pangea?

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Se  dice que en algún lugar y tiempo inciertos existió una gran  Nación. Pangea. Allí todo fluía en completa paz y armonía. Los campos eran fértiles, los árboles daban frutos gigantescos, los animales carne tierna, los ríos agua dulce y sabrosos peces. Todo brotaba en abundancia y todos vivían en comunión. Pangea era muy diferente a todas las demás Naciones. Allí se desconocía el concepto de organización política. No tenían líderes, ni jefes. No existían las posesiones personales y tampoco los límites territoriales. Cada cual se ocupaba de lo suyo en comunión con los demás. Las mujeres y los hombres de Pangea cuando tenían hambre salían a caminar y recolectaban los frutos que brotaban por doquier, cazaban animales, pescaban y cocinaban lo que querían y cuando querían.    Allí afuera la tierra les proveía todo lo que necesitaban. Los niños jugaban y crecían felices y los adultos y los ancianos disfrutaban de sus días en paz. No existían las casas ni las familias c

No hay mas café en la juguera

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Cansada ya de estar cansada de estar, cansada ya de sentir ganas de no sentir más nada, harta de taparme la boca con la almohada para soltar el grito infinito de cada día, ese que me deja sin aire y me alivia un poco la necesidad de desaparecer. Basta, reí de repente esta mañana, me desperté riendo, riendo como loca, cada vez más, sin parar, sin sentido, sin razón, desquiciada, sin saber bien por qué lo hacía... La situación empeoraba. La risa era atroz, cada vez más fuerte, más incontenible... No podía parar de reír. Me reía de la risa, me miraba al espejo riéndome así y más me reía. Parecía que la risa se retroalimentaba a sí misma como ese adorno de movimiento continuo que siempre quise y nunca tuve... Hacia tanto que no me reía. Las primeras carcajadas las solté dormida. Soñaba que alguien, que al despertar no pude reconocer, repetía: “No hay más café en la juguera. No hay más café en la juguera"  En ese sueño, en ese estado de conciencia, se ve que esas palabras no

Flor de copas

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¿Viste cuando tenes suerte pero no tanta? Bueno... Así me parió mi madre. Soy un desgraciado con suerte. Cuando nací no respiraba. Me daban chirlos, me sacudían para todos lados pero yo no reaccionaba. La doctora Ortiz me tuvo que dar espiración boca a boca y así me salvó la vida. Después de eso me dejaron en observación. Pasé mis primeros 15 días de vida en una incubadora. Los médicos dijeron que "por suerte" no quedaron secuelas aunque me llevé souvenir algunas marcas en la cara producto de la brutalidad de la enfermera que me arrancó la cinta que mantenía los tubos de manera no muy dulce. A los 2 años me caí del último escalón del tobogán más alto de todas las plazas del centro. Alrededor de 3 metros de altura medía. Mi mamá estaba embarazada de mi hermana, casi se desembaraza de la angustia. De milagro y gracias a mi increíble suerte innata no me pasó nada. Cuando tenía 7 años, el Chicho, un compañero de la escuela pegó un salto y descolocó de un cabezazo una ve